martes, junio 28, 2005

Poniatowska

Alármala de Tos.

Tenía esa extraña sensación de que algo estaba pasando por alto y me incitaba con bastante insistencia a revisar en mis bolsillos para ver si traía las llaves de mi casa y me atormentaba obligándome a hacer memoria para asegurarme de que no se me había olvidado empacar calcetines (otra vez). El acongojo intelectual se me fue olvidando al llegar a casa de Nancy (estudiante universitaria con suficiente daño cerebral como para ser mi novia), no solo porque verla hace que se borre de mi mente cualquier incomodidad que me pueda provocar cruzar la distancia entre la ciudad en la que estudia y en la que sobrevivo, sino porque esta ocasión al cruzar el portal de su departamento escuché una voz electrónica que con todas sus ganas y sin el menor pudor declaró: “Sector Principal, Puerta Uno, Abierto”, volteé apresuradamente para encontrar empotrada en una pared la cajita con foquitos rojos que había emitido el sonoro mensaje que había captado la atención de todos mis sentidos menos el del tacto; era una alarma de seguridad, de esas de las que cuando se mete un amante de lo ajeno a tu domicilio (puede ser amante o solamente admirador de lo ajeno) se activa y la policía viene, algún día; hasta incluye un letrero para que lo pongas afuera de la casa para que el ladrón sepa que tienes alarma y le piense dos veces, mas vale estar seguros. Al que tenga los medios, le recomiendo ampliamente que la compre, al que no los tenga, como un servidor, le recomiendo ampliamente que se ponga abusado y se encomiende al santo de su devoción. Transcurrió lo poquito que quedaba del viernes y todo el sábado y de la duda, nada.

¡Ah, ya decía yo!

Y entonces la duda se disipó, domingo, café, periódico, anuncio: “XI Feria Internacional de Libro de Monterrey”, ¡shihuahua!, empezó desde ayer, hacia meses que estaba esperando que comenzara el evento al que hasta entonces había asistido dos veces, en balde había vaciado mi maleta tratando de recordar que estaba pasando por alto, pero en lugar de atormentarme por haber hecho gala de mi retraso mental progresivo, comencé a observar las lista de los eventos relativos a la feria, de todos me llamó la atención uno que se llevaría a cabo ese mismo día, la presentación del libro La Piel del Cielo de Elena Poniatowska, a un lado la foto de la autora. Le dije a Nancy: “Nancy, tenemos que ir a la feria del libro” y que nos vamos. Reflexión: ¿La vida es la suma de los recuerdos mas el presente? ¿O es eso menos la inflación, las ofertas de Soriana y los programas de Paty Chapoy?.

¡Que sí!,¡Que no!,¡Que como chiflaos que no!

Cinco de la tarde, Cintermex, mucho ruido y mucha gente, yo mejor me regreso a Yucatán. Afuera se preparaba un evento al parecer musical, al parecer teatral, al parecer interesante. La Valiente (porque no tiene el menor reparo en decir que es mi novia) caminó conmigo y juntos preguntamos al joven que amablemente dirigía a las masas hambrientas de cultura y de todo lo que fuera gratis “¿Sabe usted donde queda el salón Europa?” a lo que el joven respondió: “Arriba, en el tercer piso” la cita era a las siete y treinta, teníamos tiempo suficiente para apartar lugar con calma y sin prisas, sin embargo, un representante de la editorial Anagrama nos abordó para solicitar nuestra asistencia a la presentación del libro La Republica de las Palabras, nos dijo que faltaba Quórum o lo que es lo mismo, que la concurrencia brillaba por su ausencia, y como ese evento estaba a punto de comenzar, dudamos al principio, pero no tuvimos corazón para negarnos. Los invitados, la propuesta , los aplausos, la chalupa y buenas, os podéis ir en paz, la sala VIP quedó vacía de nuevo.

Elenísima

Salimos a las seis y diez para dirigirnos a la exposición de libros, vimos a las editoriales echar la casa por la ventana. Terminábamos de ver un stand y entrando al pasillo 13 según recuerdo, una chamarra de TV Azteca por poco y se tropieza con mi cara, reporteros cubriendo la noticia, firma de libros, gente con cara de what? y en medio de nosotros y casi sin hacer bulto, Elena Poniatowska. Con una coordinación solo comparable con la de Kaliman y Solín o el dueto Pimpinela, salí disparado a comprar el libro de la autora, mientras Nancy, cual Ana Gabriela Guevara Tamaulipeca, corrió para hacer fila, con un poco de suerte y (he de reconocer) con algo del espíritu chapucero del mexicano de principios de siglo XXI, mis adquisiciones La noche de Tlatelolco y La piel del Cielo iban a tener la firma de la autora. Otra vez, tan coordinados como Viruta y Capulina, al tiempo en que yo me integraba a la fila, libros en mano, la Victorense que me quita el sueño, me da el boletito que asegura que Poniatowska me va a atender y sale de la escena para apartar los lugares en la conferencia posterior.

Siete y diez, desesperación, la fila no avanza, dentro de veinte minutos la maestra va a partir con su comitiva al salón Europa para nunca más volver, me siento como defraudado de las cajas de ahorro detrás de una fila interminable. Siete y veinte, la hora cuchi cuchi, la señorita que a ratos le hablaba a la gente y a ratos a su microfonito con diadema me dijo: “Pase” y yo pasé, detrás de mí una cinta autoretráctil separó a los que ya la hicimos de los que se quedaron en el camino. Fue un encuentro tan pequeño, que no pude sincerarme, la autora de Tinísima accedió a mi petición de firmarme dos libros, en uno de ellos escribió “A Arturo y su generosa personalidad, un abrazo de Elena Poniatowska, 14/10/2001”, dos minutos no son suficientes para conocer la personalidad alguien en estricto sentido, así que, o tuvo un gesto de amabilidad admirable para una persona que ha firmado la cantidad de libros que había firmado o de manera sutil, me llamó gordo.

Chou Time

Una mano levantada que reconocí como la de mi novia me indico el camino a mi asiento, el destino a veces cruel me había sonreído en esta ocasión ubicando nuestros lugares en la primera fila. Siete y cuarenta, la maestra llegó. Después de la presentación de los miembros del presidium, los invitados entablaron un diálogo con Elenita, así la llamaron ellos, ella confesó en algún momento de la charla que su esposo la llamaba Elenano, yo no la llamaría así, ni que estuviera tan alto. Reseña, preguntas, respuestas, sonrisas, una conversación tan interesante como amena y el libro, como el recién nacido que los oradores no paran de describir, la mamá feliz, y nosotros, como asomados en el cunero, queriendo ver sus gracias. Sería una insensatez si este humilde servidor emitiera su opinión del niño presentado en sociedad, sería faltarle el respeto a la obra si la describo ahora, lo mas que puedo hacer es un llamado a los que han conocido el trabajo de la mamá de La piel del cielo en forma de reportaje, de entrevista, de ensayo o de novela, difundan, enseñen, opinen, bastante injusto es que el mexicano promedio lea medio libro al año (éste no debe confundirse con el mexicano promedio que es asaltado cada treinta segundos en el Distrito Federal) como para que además los libros que llaman la atención sean los del clan Trevi-Andrade y las profecías de Nostradamus (Dicen que la Trevi está embarazada, ¡Jesús bendito!).

Más de uno alzó la mano para preguntar, solo tres fueron los agraciados, de los tres me llamó la atención la primera, una señora entrada en sus cuarentas (pienso yo, la verdad no le pregunté), su pregunta no fue bien recibida por la concurrencia, quizá porque no la planteó como lo hubiera hecho una persona letrada, o porque iba vestida con unas bermudas y una playera que con letras doradas decía: Acapulco, debajo de las letras un velero con aplicaciones de colores. Confesó que solo había leído hace tiempo La noche de Tlatelolco (buena elección), y aunque su apariencia y su lenguaje en mi opinión muy francos, causo mas de un comentario de desaprobación y muchas cejas aristocráticas se levantaron, a la señora le valió y expuso su duda, que iba en el sentido de saber Poniatowska había sido presa de la censura durante su carrera en el periodismo y si alguna ocasión tuvo que “seguir la línea que marcan los periódicos” ; quizás porque escuchar a alguien hablar con franqueza y sin excesivos preámbulos ni adulaciones debe ser refrescante para alguien que esta de gira en una cantidad determinada de eventos como de el que fui literalmente mudo testigo, o simplemente por ser una inteligente y finísima persona, Elena Poniatowska supo darle el valor justo a las palabras y procuró una respuesta tan buena que nadie pudo poner en duda la calidad de la pregunta, una repuesta tan buena solo pudo venir de una pregunta igual de buena. Dejó en claro que no hace falta ser un erudito para hacer un cuestionamiento válido, estoy seguro que mas de uno de esos ciudadanos de a pie en el ámbito literario, entre los cuales no puedo dejar de incluirme, tomaron un poquito mas de valor, para participar, para leer, para aprender ¿de eso se trata no?.

"Historia de dos Ciudades" o "Si Armando hubiera viajado en camión"

De carretas y camionetas.

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos. De este modo Charles Dickens comienza su obra inmortal “Historia de dos Ciudades”, de este modo comenzó también mi lectura con la carreta nacional que separa a Nuevo Laredo de Monterrey. En el libro, hay un carruaje con empresarios escoltados por un policía, un mensajero, el temor constante a los ladrones y un camino que los lleva a Paris. Conmigo hay un abogado y un contador en una camioneta del trabajo y la carretera que nos dirige a Monterrey. Bolsas de papitas, conversación y un cigarro que irremediablemente se desprendió de mi mano por la acción del viento a través de la ventanilla, me vi por el espejo retrovisor y descubro que tengo esa expresión de que he encontrado el significado de la vida en el libro que sostengo en las manos (es decir, que tenía mi cara de idiota), Edgar (para unos abogado, para otros algo así como que un Alebrije) se dio cuenta de mi rostro y se burló como era de esperarse mientras mi mente seguía perdida entre cabildos e ideas que ahora mi mente intenta rescatar. Para un tampiqueño alejado de su casa por casi tres años o para un veracruzano con la vida en Laredo y el corazón en Puebla, viajar a otra ciudad es cosa de cada fin de semana, el pretexto puede ser el salir de la rutina de la oficina, ver a familia y amigos o como en esta ocasión, llevar a Armando Olivo, personaje leve que aparece y desaparece de la conversación de cuando en cuando, a la ciudad de las montañas.

Referencias.

¿Para dónde?, ¿Es para la derecha?. No, para la izquierda. Era para la derecha. ¿Esa calle para dónde sale?. Era por abajo del paso a desnivel. Bueno, salió mejor por arriba, aquí derecho salimos a Colón. El Alebrije creía que porque viví en Monterrey y voy de cuando en cuando, conozco la ciudad como la palma de mi mano, cuando en realidad no conozco bien ni la palma de mi mano. En la siguiente te das vuelta. No, es contra.

Madero y Aguirre Pequeño.

Compartir la casa con otra gente puede ser difícil, terminan convirtiéndose en tus enemigos a muerte por el turno para entrar al baño o se convierten en tus amigos entrañables, quién ha compartido una casa sabe que en realidad es un poco de ambas cosas. De los habitantes de mi casa de Pig Brother, Pedro es por mucho el mas pintoresco y desde el día anterior estaba en Monterrey. Otro, el Alebrije, seguía conmigo en la camioneta e intentaba comunicarse con Pedro (quien es de hecho regiomontano, a veces es medio tonto pero bien intencionado), quien dicho sea de paso, nunca contestó. Llevamos a Armando a la oficina de Monterrey, dejó su computadora, lo llevamos al hotel, se perdió entre la gente del lobby y nosotros nos perdimos también, íbamos a plaza Fiesta San Agustín y terminamos rumbo a Galerías, de todos modos ahí venden CDs.

A mis veinticinco años no conozco mucho de la vida, sin embargo he notado que una característica de los accidentes es que suelen caer de sorpresa, mientras un veracruzano y un tampiqueño esperaban a que el semáforo se pusiera en verde para continuar con su desorientado viaje, un señor taxista al tiempo en que conduce, victima de un franco apasionamiento por el partido de futbol América-Rayados, frena intempestivamente su auto cuando el pasajero le recuerda que va sobre la avenida madero y que no esta sentado en su sofá de terciopelo rojo forrado con plástico transparente mientras su esposa cansada de tanto esperar, se sienta frente a la ventana de la cocina con la esperanza de que en cualquier momento se le termine de escapar la vida. Sonido de llantas rechinando, un choque mas para las estadísticas de Info 7. El lado derecho del taxi se impacto contra nosotros, abollando su salpicadera, arrancando de su vehículo el espejo retrovisor y de la mente del Alebrije el siguiente pensamiento: “Ya nos fregaron”, el lado izquierdo del taxi se impactó contra una pick-up que esperaba también la luz verde, el Alebrije pensó: “Ya se fregaron”, en realidad todos nos fregamos. Durante dos horas, la esquina de Madero y Doctor Aguirre Pequeño fue nuestro lugar de residencia, taxista y extranjeros compartían la televisión que fue causa de aquel apasionamiento futbolístico dentro del taxi y terminamos de ver el partido, quién me conoce sabe que el futbol no es mi fuerte, ese día me enteré de que los choques tampoco.

Bienvenida.

Comida, llamadas telefónicas, encuentros que no pudieron ser, mucho ruido en Galerías, los mentados CDs, de Pedro ni sus luces, una servilleta se convirtió en carta, esperemos que un día llegue a su destino. Ocho de la noche. Ahí pagas la cuenta. Para allá esta Laredo. Nunca dimos con un cajero. El regreso que es rutina para el viajero. Hay tiempos en la vida de cada quién que igual que son los peores son los mejores, tiempos en que el cambio se abre camino, en los que eres muy grande para algunas cosas y muy viejo para otras, en los que hay que tomar decisiones, en los que familia y amigos son apoyo, son consejos, regaños, son risas y llamadas telefónicas de las que nunca quisieras terminar, son felices encuentros inesperados, son tristes despedidas, son calidez para esa gente que vive historias en dos ciudades o en tres, con la vida en un lugar y el corazón repartido en varios, en las personas que ha conocido. Un mensaje nos da la bienvenida a Laredo. Bienvenido me siento en Laredo, en Tampico, en Monterrey, en Reynosa, en todos los lugares donde hay gente a quien considero mis amigos.